Feminismos latinoamericanos y ciberactivismo digital

Latin American Feminisms and digital cyberactivism

María Milagros Molina Guiñazú

Universidad Nacional de Cuyo

E-mail: mmilagrosmolinag@gmail.com

ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3591-9848

Beatriz Soria

Federal University of Juiz de Fora

E-mail: bsoriamarcelli@gmail.com

ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8797-6599

DOI: 10.26807/rp.v29i122.2219

Fecha de envío: 28/02/2025

Fecha de aceptación: 01/04/2025

Fecha de publicación: 05/04/2025

Abstract

Digitalization has transformed how we experience the world, shaping social and political practices. In this context, Latin American feminisms have found in cyberactivism a space for dispute and resistance. This study analyzes the intersection between digital activism and feminist struggles in Latin America, with a particular focus on the “Ni Una Menos” movement of Argentina. Methodologically, a theoretical analysis is conducted based on a literature review and case studies. The study explores how digital technologies have facilitated the articulation of transnational networks of struggle, while also reproducing exclusion and surveillance dynamics. It examines the impact of platform capitalism and data feminism as critical tools for rethinking online activism. The results show that, although cyberactivism has amplified the visibility of feminist demands, it also faces challenges such as digital violence and the commodification of feminist discourse. The study concludes that it is essential to develop strategies that balance the use of digital tools with the construction of autonomous and collective spaces of resistance, strengthening a feminist public sphere in the digital environment.

Keywords: Latin American feminisms, cyberactivism, digital activism, Ni Una Menos, digital platforms

Resumen

La digitalización ha transformado las formas en que experimentamos el mundo, modulando prácticas sociales y políticas. En este contexto, los feminismos latinoamericanos han encontrado en el ciberactivismo un espacio de disputa y resistencia. Este trabajo analiza la intersección entre el activismo digital y las luchas feministas en América Latina, con especial énfasis en el movimiento “Ni Una Menos” de Argentina. Metodológicamente, se realiza un análisis teórico basado en la revisión de literatura y el estudio de casos relevantes. Se exploran las formas en que las tecnologías digitales han permitido la articulación de redes transnacionales de lucha, pero también cómo reproducen lógicas de exclusión y vigilancia. Se examina el impacto del capitalismo de plataformas y el feminismo de datos como herramientas críticas para repensar el activismo en línea Los resultados muestran que, si bien el ciberactivismo ha potenciado la visibilidad de las demandas feministas, también enfrenta desafíos como la violencia digital y la mercantilización del discurso feminista. Se concluye que es fundamental desarrollar estrategias que equilibren el uso de herramientas digitales con la construcción de espacios autónomos y colectivos de resistencia, fortaleciendo una esfera pública feminista en el entorno digital.

Palabras Clave: Feminismos Latinoamericanos, ciberactivismo, activismo digital, Ni Una Menos, plataformas digitales

1. Introducción

La digitalización ha transformado significativamente nuestra relación con el mundo, reconfigurando no solo las prácticas cotidianas, sino también los modos en que experimentamos y habitamos los espacios. Esta transformación se inscribe en un entorno político-tecnológico donde la lógica algorítmica moldea tanto los comportamientos individuales como las prácticas y expectativas colectivas. El actual capitalismo de plataformas (Srnicek, 2018) y la infraestructura digital de la cultura (Dussel y Trujillo, 2018) cristalizan y materializan una “vieja” anticipación deleuziana sobre las sociedades de control, dentro de las cuales se configura una gubernamentalidad algorítmica (Rodríguez, 2018).

Este escenario reactualiza las preguntas acerca de los modos de subjetivación. Si entendemos las plataformas digitales como un entramado de tecnologías de poder que operan de manera ubicua, capturando datos para clasificar, prever y gestionar los deseos y conductas de los sujetos, resulta evidente que estas prácticas no son neutrales. Por el contrario, construyen una subjetividad particular, caracterizada por la vigilancia y la auto-regulación, al tiempo que invisibilizan otras formas posibles de ser y estar.

Esta dimensión política y tecnológica impone el desafío de repensar el papel de los movimientos sociales y feministas, que se encuentran ante la disyuntiva de emplear estas mismas tecnologías para la acción colectiva y la organización política; o de resistirse a la lógica hegemónica de las plataformas.

La apuesta en este trabajo será, entonces, reflexionar críticamente sobre cómo apropiarse del potencial que nos ofrecen las tecnologías digitales para la acción colectiva y la organización política -sobre todo reconstruyendo y recuperando experiencias que las han incorporado en este sentido- y también, atender a sus límites.

En las primeras décadas del siglo XXI, la digitalización ha reconfigurado la cultura. La computadora personal y los teléfonos inteligentes, ahora omnipresentes y conectados a Internet, no solo han transformado la producción, circulación y consumo de productos culturales, sino que han modificado, de manera más profunda, los modos en que nos relacionamos, interactuamos y construimos experiencias.

Las tecnologías digitales constituyen determinadas formas subjetivas, promueven unas prácticas y no otras, definiendo así ciertos modos de ser y hacer. Es decir, construyen subjetividades forjadas al calor de las operaciones realizadas con estos medios en el actual entorno político-tecnológico. Esta dinámica de transformaciones materiales y simbólicas, nos llevan a preguntarnos ¿Qué diálogos, cruces y encuentros se pueden identificar entre los activismos en el espacio digital y los feminismos? ¿Qué implica el ciberactivismo?

Ahora, si pensamos tal como nos han enseñado los feminismos, la centralidad del pensamiento situado y encarnado, a este diagnóstico inicial y desterritorializado, nos interesa ponerlo en diálogo con los feminismos latinoamericanos, en general, y de Argentina, en particular.

En este marco nos preguntamos ¿Qué contribuciones y tensiones emergen en la intersección entre los feminismos latinoamericanos y los ciberactivismos? ¿Qué potencialidades teórico-políticas y metodológicas surgen de este encuentro?

Para esbozar algunas respuestas, en primer lugar, realizaremos un breve recorrido por las transformaciones en la cultura y la comunicación contemporáneas. Posteriormente, presentaremos algunas características generales de los feminismos latinoamericanos, para luego reconstruir la emergencia y consolidación del movimiento “Ni Una Menos” en Argentina (en adelante, NUM). Finalmente, analizaremos las demandas y disputas que este movimiento ha sostenido en el espacio virtual, en un intento inicial de aportar a pensar cómo los feminismos latinoamericanos y los ciberactivismos se entrelazan y potencian mutuamente en la lucha por la justicia y la igualdad de género, especialmente en el contexto digital contemporáneo.

2. El neoliberalismo digital y los ciberactivismos

La irrupción de Internet y las tecnologías digitales en las sociedades contemporáneas puso en cuestión -aunque con ciertas limitaciones- el rol de los actores políticos tradicionales en la formación de la opinión pública. Estas tecnologías han potenciado las dimensiones discursivas de una esfera pública, hasta entonces, gestionada por profesionales como periodistas, encuestadores y políticos (en general, varones, blancos, propietarios y heterosexuales) quienes conformaban un entramado institucional con intereses compartidos. Además, el poder de Internet ha permitido acelerar los procesos sociales y superar las limitaciones espaciales, dando centralidad a la noción de redes. Prima lo “local” y lo “transnacional”, con un incremento de las prácticas de participación política por “arriba” y por “abajo” del Estado Nación (Sanpedro Blanco y Resina de la Fuente, 2004).

En esta reconfiguración de la esfera pública, ha emergido una nueva forma de protesta política definida como ciberactivismo político. La literatura especializada lo ha caracterizado desde dos enfoques. Primero, como una herramienta de movilización ciudadana impulsada por el uso de tecnologías digitales, computadoras y smartphones. Segundo, desde la perspectiva de la “seguridad”, que lo vincula con posibles fuentes de amenazas de ciberataques a sistemas civiles de datos, información e infraestructura (Sorell, 2015).

Este trabajo, si bien se sitúa desde la primera aproximación, entendiendo a Internet como una plataforma y un medio para la acción política; intenta también no perder de vista las limitaciones y complejidades que presenta la misma. En este contexto, el uso de las TICs por parte de los/as ciberactivistas ha facilitado la participación y la coordinación de las acciones, convirtiéndose en una herramienta táctica en sí misma. La utilización de redes informáticas reduce los costos de transacción asociados con la organización de la acción colectiva y, por lo tanto, nivela el campo de juego de la política. Así, las organizaciones pueden beneficiarse del uso de estas al mejorar su capacidad de comunicación, incrementar su alcance y facilitar la interacción entre activistas dispersos/as a nivel internacional.

En este sentido, podemos decir que la digitalización ha provocado un cambio radical en la configuración de la esfera pública y la acción política. En este nuevo escenario, la noción de economía de la atención (Citton, 2016; Touza, 2020; Wark, 2022) resulta central para comprender las dinámicas de visibilidad y poder en las redes sociales. Las plataformas digitales actúan como mediadoras que filtran, amplifican o silencian voces, incidiendo en la construcción de discursos y en la organización de movilizaciones sociales. Así, la economía de la atención impacta al definir qué contenido se viraliza y cuál permanece en los márgenes. Para los movimientos feministas y activistas, esto plantea un desafío constante entre la necesidad de captar la atención pública y el riesgo de que sus causas se conviertan en objetos de consumo masivo y efímero.

No es llamativo que el aburrimiento y la distracción sean fenómenos recurrentes en los análisis sobre el capitalismo atencional (Citton, 2016) o, en pocas palabras, una mercantilización a través de condensadores de atención, como Google, Facebook, Twitter, Instagram, TikTok. La atención opera como divisa basada en la ontología de la visibilidad: la necesidad de notoriedad, la dinámica de autorrefuerzo y la valorización de la atención. Este proceso de “escalarización”, que implica cuantificación, estandarización y mercantilización (Citton, 2016), está asociado a una normalización de la atención. Según Touza (2020), esta se define «a partir de sus efectos, sujeta a verificación. Un modo de atender que puede estandarizarse, postularse como norma que debe regir las conductas, enlazarse a circuitos de verificación que establezcan cuánto se ha esforzado una atención particular con respecto a un patrón de atención que sirve de medida» (p. 210).

Los procesos de escalarización de la atención, llevados adelante a través de los condensadores, pretenden constreñir la naturaleza vectorial de la atención, es decir, que atender significa algo muy distinto. Touza (2020) señala que: «atender a un objeto particular es efectuar un pasaje a un estado afectivo y emotivo que licúa las representaciones de lo que somos y de aquello a lo que atendemos. La atención es esa sensibilidad que hace que, durante un tiempo, con un foco definido y en una determinada situación, todos nuestros poros se conviertan en máquinas de visión» (pp. 209-210).

La mirada ecológica ayuda a comprender el capitalismo atencional y, específicamente, las plataformas digitales, en el pasaje de una atención vectorial a una escalar. También explica de qué modo funcionan los procesos de atención: le damos valor a lo que ha conllevado un esfuerzo de atención y ponemos nuestra atención en lo que hemos aprendido a valorar. Según Citton (2016) y Touza (2020), la normalización de la atención está estrechamente vinculada con la normalización del deseo o la afectividad, aspectos clave para comprender las dinámicas del neoliberalismo digital.

En este contexto, los ciberactivismos surgen como formas de protesta y organización que utilizan las tecnologías digitales para coordinar acciones, visibilizar injusticias y construir comunidades de apoyo. Sin embargo, estas prácticas también deben lidiar con las mismas lógicas extractivas y de control que estructuran el neoliberalismo digital. Las plataformas que sirven como medios para el activismo –redes sociales como X/Twitter, Facebook e Instagram– están diseñadas para recolectar y monetizar datos, generando beneficios para las grandes corporaciones tecnológicas a partir de la participación de los/as usuarios/as. Este modelo de negocio implica que el ciberactivismo se desarrolla en un entorno donde la información se convierte en mercancía y las narrativas son moldeadas por algoritmos que priorizan el contenido más rentable o controversial.

Los aportes del feminismo de datos de Catherine D’Ignazio y Lauren Klein (2020) resultan fundamentales para analizar esta dinámica. Estas autoras nos invitan a reflexionar sobre quién tiene el poder de recolectar, procesar y utilizar los datos que se generan a partir de las prácticas de ciberactivismo. El feminismo de datos subraya la necesidad de cuestionar las prácticas de recolección masiva de datos, que muchas veces reproducen las mismas desigualdades que los activismos buscan combatir. Al igual que las luchas territoriales por la soberanía de la tierra y el agua, la disputa por el control de los datos en el entorno digital se convierte en un campo de batalla donde convergen la justicia epistémica y la autonomía informacional.

Las reflexiones de Donna Haraway (1995) sobre el conocimiento situado también aportan herramientas para comprender las tensiones que atraviesan los ciberactivismos. Su concepto de “visión desde algún lugar” permite situar estas prácticas en una red de relaciones de poder y saber, donde la producción de contenido y las formas de organización digital están mediadas por las posiciones de quienes participan en estos movimientos. El entorno digital, por ende, no es un espacio neutral, sino un territorio regulado por grandes corporaciones tecnológicas, que deciden qué voces se amplifican y cuáles son silenciadas.

En este marco, los ciberactivismos feministas en América Latina, como el movimiento “Ni Una Menos”, enfrentan un doble desafío: por un lado, deben utilizar las herramientas digitales para visibilizar las violencias de género y coordinar acciones de protesta a gran escala; por otro, deben ser conscientes de que estas mismas herramientas pueden reforzar las lógicas extractivistas y de vigilancia que sostienen el neoliberalismo digital. El uso de hashtags, la organización de protestas virtuales y la creación de campañas digitales son formas de intervención política que desafían el control de las plataformas, aunque, al mismo tiempo, estos datos se convierten en insumos explotados por las corporaciones tecnológicas.

En este contexto, el feminismo de datos y el ciberactivismo se articulan como prácticas de resistencia que buscan subvertir las lógicas de exclusión y control. La producción de datos feministas y situados, que reconozcan las experiencias de las comunidades y desafíen la objetividad tecnocientífica hegemónica, se convierte en una forma de disputar el poder en el entorno digital. Al visibilizar las violencias epistémicas que se generan en la producción de datos y al crear redes de conocimiento compartido, el ciberactivismo feminista puede contribuir a la construcción de un espacio digital más justo y equitativo, que responda a las demandas de las comunidades y que promueva una participación más inclusiva y diversa.

Sin embargo, es importante reconocer que el entorno digital sigue siendo un territorio hostil para los activismos que desafían el statu quo. La violencia de género online, la censura, las restricciones de acceso y la manipulación de información son algunos de los obstáculos que enfrentan los movimientos feministas en el ciberespacio. Para hacer frente a estas dificultades, resulta crucial desarrollar políticas de datos que protejan la autonomía de las comunidades y que promuevan un uso ético y responsable de la información. Al mismo tiempo, es necesario explorar alternativas tecnológicas que escapen a las lógicas del mercado, como el uso de plataformas descentralizadas y proyectos de tecnología comunitaria que respeten la privacidad y el derecho a la autodeterminación informacional.

En definitiva, los ciberactivismos feministas, en diálogo con el feminismo de datos y el conocimiento situado, ofrecen respuestas innovadoras a los desafíos del neoliberalismo digital. Más allá de la resistencia, buscan imaginar nuevas formas de organización y acción política, basadas en el respeto a la diversidad, la solidaridad y la construcción colectiva del conocimiento.

3. “El nuevo topo que recorre el mundo”: los feminismos latinoamericanos y la emergencia del movimiento Ni Una Menos

Los feminismos latinoamericanos han cuestionado, interpelado y transformado las estructuras patriarcales que sostienen las desigualdades entre varones, mujeres y disidencias. Su alcance ha sido transversal, impactando desde el Estado y los espacios institucionales —como partidos políticos y sindicatos— hasta la vida cotidiana, los ámbitos domésticos y los territorios colectivos de organización social. En este sentido podemos afirmar que el crecimiento político del movimiento feminista latinoamericano fue notorio. La amplitud de sus luchas, su capacidad de articulación con los movimientos LGTBIQ+ y la potencia de sus manifestaciones y demandas – que se definieron además como anticapitalistas y antirracistas- constituyeron, durante la última década, una de las características más relevantes de estos movimientos.

Sin embargo, o quizás precisamente por ello, los numerosos avances en materia de género logrados en diversos países han sido seguidos por una reacción patriarcal que, bajo la acusación de “ideología de género”, los ha convertido en “el nuevo topo que recorre el mundo”. Y, en consecuencia, en el blanco predilecto de la llamada “batalla cultural”. Esta reacción, que se manifiesta a escala global, ha tenido un impacto particularmente crítico en América Latina. En Argentina, esto se traduce en ataques a símbolos y espacios, atentados contra la integridad física y la vida—que recaen casi exclusivamente sobre cuerpos que expresan una disidencia sexual—, así como en hostigamientos e intimidaciones, tal como lo documenta el Registro de Ataques de Derechas Argentina Radicalizadas (RADAR).

Los feminismos latinoamericanos se enfrentan, así, a un contexto marcado por el rearme patriarcal y diversas reacciones autoritarias. En este escenario, resulta clave preguntarse cuáles son los motores de estas respuestas y qué se ha visto amenazado para provocar reacciones tan diversas y, en muchos casos, violentas. Reconstruir brevemente las disputas, demandas y reivindicaciones centrales de algunos de los movimientos feministas de la región puede ofrecernos claves fundamentales para su comprensión.

Por lo tanto, es fundamental poner de relieve el papel de las mujeres en la lucha por la tierra, el territorio y contra el extractivismo. En América Latina, donde el cercamiento de los bienes comunes sigue siendo una de las estrategias centrales de la acumulación por despojo y rapiña, las mujeres han desempeñado un rol clave en los procesos de resistencia.

Por un lado, son ellas quienes producen gran parte de los alimentos que consumimos desde las comunidades campesinas, como lo revela el informe Ellas alimentan al mundo: Tierra para las que la trabajan, elaborado por LatFem y We Effect entre junio y octubre de 2021. Por otro lado, han liderado históricamente la defensa de los bienes comunes —fuentes de agua, bosques y cultivos—, resistiendo el avance del capitalismo patriarcal y colonial sobre sus territorios. Estas luchas han trascendido lo material, permitiendo preservar el lenguaje, las tradiciones orales y los saberes sobre la producción y preparación de alimentos. De esta manera, las mujeres se consolidan como sujetos clave en la reproducción de la vida y la resistencia comunitaria.

Este protagonismo no es un fenómeno natural ni predeterminado, sino el resultado de procesos históricos de supervivencia frente a las lógicas de despojo promovidas por el Estado y el mercado. Campesinas, afrodescendientes e indígenas han enfrentado intentos de desterritorialización y descomunalización, luchando por conservar su autonomía. En este contexto, los feminismos han emergido como un movimiento radical y contestatario, que no solo denuncia el patriarcado, sino que también enfrenta las bases capitalistas y coloniales del sistema hegemónico, apostando por alternativas societales basadas en la igualdad en la diferencia y la diversidad sexual.

Algunas pistas para analizar cómo la cuestión de género se reconfigura dentro de los movimientos sociales las podemos encontrar en el caso del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Desde su formación, el EZLN atravesó una primera etapa de clandestinidad hasta su irrupción pública en 1994, cuando protagonizó un levantamiento armado de hombres y mujeres que abrió un proceso de diálogo con el Estado y la sociedad civil, en general y con movimientos sociales y con el movimiento campesino e indígena, en particular. Su irrupción, además, significó un estallido de muchas de las certezas de la realidad política mexicana, permitiendo la visibilización de las mujeres indígenas zapatistas como sujetas políticas con demandas e interpelaciones propias.

El zapatismo ha experimentado un devenir significativo en el rol de las mujeres. En muchas comunidades indígenas, la opresión patriarcal era muy fuerte, pero dentro del EZLN lograron encontrar espacios de libertad en relación con sus cuerpos y sexualidades. El acceso a la anticoncepción, junto con la posibilidad de romper con las rígidas estructuras familiares a las que eran “destinadas”, permitió la construcción de contradiscursos y contrarrelatos que, desde las montañas —territorios de los campamentos guerrilleros—, se extendieron hasta las comunidades campesino-indígenas.

La transformación “desde abajo” de gran parte de ese sentido común patriarcal dio lugar a lo que sus protagonistas llaman “la primera revolución del EZLN”. En 1992, dos años antes de la irrupción pública del EZLN, se consolidó la Ley revolucionaria de las mujeres, un hito que garantizó el acceso a derechos e igualdad entre varones y mujeres. Esta ley estableció, entre otros aspectos, el derecho a ocupar altos mandos, acceder a la educación y a la salud, y participar en espacios de decisión y de referencia. La integración de las mujeres en los distintos niveles de organización —las fuerzas milicianas regulares, la comandancia, las Juntas de Buen Gobierno, los comités de trabajo, las bases de apoyo, entre otros— modificó las formas sedimentadas de pertenencia en estos espacios.

A su vez, los procesos formativos por los que transitan las mujeres han dado lugar a la construcción de demandas específicas que orientan su acción pública. En este sentido, no solo ocupan el espacio elaborando sus propias interpelaciones y produciendo discursos que expresan sus proyectos y reivindicaciones dentro de las comunidades, sino que también impulsan la creación de sus propios espacios de organización. Los grupos de mujeres se reúnen para analizar su situación y el "triple sufrimiento" que enfrentan por su condición de género. Espacios como las reuniones o comités de mujeres, las tiendas cooperativas y los grupos de promotoras del cuidado de la salud femenina no solo fomentan el encuentro, el reconocimiento y la reflexión, sino que también permiten la formación de nuevas generaciones para enfrentar las transformaciones comunitarias.

A partir de esta experiencia, podemos afirmar la existencia de un continuum entre los encuentros de mujeres “entre mujeres” —como lo señala Raquel Gutiérrez Aguilar—, las redes y los espacios de formación dentro de los movimientos sociales en general y de mujeres en particular, y las irrupciones esporádicas en los territorios, como las movilizaciones en las calles con sus demandas.

Si bien las reivindicaciones feministas han sido y siguen siendo diversas, y están estrechamente vinculadas a los cuerpos, los territorios y las comunidades, es posible identificar ejes centrales como la soberanía sobre los cuerpos, la autonomía y el derecho básico a la propia vida. En este marco, surge el movimiento Ni Una Menos (NUM) como una respuesta directa al aumento de los femicidios y travesticidios. La categoría de travesticidio ha sido clave en este proceso, ya que ha permitido visibilizar que la violencia de género no solo afecta a mujeres cisgénero, sino también a disidencias que han sido históricamente excluidas del debate público.

En Argentina, el feminismo ha sido un actor clave desde principios del siglo XX. Durante décadas de luchas y resistencias —particularmente desde los años 60 hasta mediados de los 70, y con mayor intensidad en los 80— los feminismos lograron agrietar el suelo del sentido común patriarcal, alterando el régimen de lo visible, lo enunciable y lo denunciable a partir de la confluencia entre activismo, arte, pensamiento y política.

En este sentido, resulta indispensable recuperar las condiciones de posibilidad que permitieron la emergencia de #NiUnaMenos como un fenómeno polifónico, donde convergen saberes, creencias y prácticas de impugnación al orden patriarcal.

El movimiento NUM surgió el 3 de junio de 2015 como una acción masiva frente al crecimiento de los femicidios y las violencias contra mujeres y disidencias. Su lema "Vivas nos queremos" condensó una demanda básica pero urgente, que logró movilizar a miles de personas en un reclamo colectivo contra la impunidad y la desigualdad estructural.

La masividad de la primera manifestación fue el resultado de, al menos, dos factores. Por un lado, un profundo hartazgo social ante la escalada femicida, amplificada por la cobertura mediática y su impacto en la opinión pública. Por otro lado, la constitución de una organización de mujeres que desplegó variadas estrategias comunicacionales y una importante red militante a nivel regional.

A través de discursos e imágenes, el activismo feminista en #NiUnaMenos interpeló a la ciudadanía, apelando a la transformación de valores y prácticas desde una pedagogía feminista basada en la sensibilidad social. Como colectivo, NUM logró articular un movimiento heterogéneo, denunciando que la violencia de género no es un fenómeno aislado ni "pasional", sino parte de un sistema de opresiones estructurales, donde América Latina presenta una de las tasas más altas de violencia feminicida en el mundo.

Los Encuentros Plurinacionales de Mujeres, realizados en Argentina, y otros espacios de formación y debate feminista han fortalecido la dimensión regional del movimiento. En este marco, el feminismo latinoamericano ha impulsado una acción política global: el Paro Internacional de Mujeres, que se lleva a cabo cada 8 de marzo retomando la tradición histórica de la huelga como herramienta de lucha. Esta estrategia no solo cuestiona la institucionalización del Día Internacional de la Mujer, sino que recupera su sentido original como jornada de protesta. De este modo, el paro feminista desafía la idea de que la participación femenina en la economía se limita al trabajo productivo, visibilizando que las mujeres sostienen tanto el mundo productivo como el trabajo doméstico y de cuidados.

El feminismo interseccional ha sido clave en esta denuncia, señalando que las mujeres y cuerpos feminizados enfrentan un triple rol: en el sector productivo y de servicios, en el ámbito doméstico, sosteniendo la reproducción de la vida cotidiana y en los espacios socio-comunitarios, donde realizan tareas de cuidado y organización.

Los feminismos latinoamericanos se han caracterizado por su capacidad de cuestionar y transformar las estructuras patriarcales de opresión, articulando sus demandas a través de una crítica radical al sistema capitalista, patriarcal y colonial (Segato, 2016). El movimiento “Ni Una Menos” (NUM) es un ejemplo paradigmático de esta capacidad de articular y tejer redes que trascienden fronteras, conectando las luchas locales con un movimiento transnacional de resistencia frente a las múltiples violencias que sufren las mujeres y disidencias.

El impacto del movimiento trascendió rápidamente las fronteras nacionales, inspirando y nutriendo a otros movimientos feministas en América Latina. La articulación entre Ni Una Menos y colectivos feministas de países como México, Chile, Brasil y Colombia permitió la creación de una red regional de lucha, pero con un diagnóstico común sobre las estructuras de opresión. Así, el ciberactivismo de NUM se constituyó no solo como una herramienta para la organización y visibilización de demandas, sino también como un espacio de intercambios de saberes, estrategias y experiencias entre los feminismos de la región.

El NUM no solo ha denunciado la violencia de género, sino que ha contribuido a una crítica integral al neoliberalismo y al colonialismo, evidenciando cómo estas estructuras están profundamente entrelazadas con la explotación económica, la exclusión racial y la violencia de Estado (Gago, 2019; Gutiérrez Aguilar, 2018). Las luchas del NUM, así como de otros movimientos feministas en la región, han estado vinculadas a demandas territoriales, la defensa de los bienes comunes y la resistencia a proyectos extractivistas, denunciando cómo estos afectan de manera particular a mujeres indígenas, afrodescendientes y campesinas.

En este contexto de transformaciones materiales y simbólicas, surge la necesidad de interrogar los diálogos, cruces y encuentros entre activismos en el espacio digital y feminismos. El ciberactivismo, fortalecido por la digitalización creciente de la vida, implica un uso estratégico de las tecnologías para la organización, movilización y visibilización de demandas. Sin embargo, resulta fundamental considerar qué implica el ciberactivismo desde la perspectiva feminista, particularmente en América Latina, donde la lucha por la justicia de género está entrelazada con múltiples formas de opresión.

La centralidad del pensamiento situado y encarnado nos invita a reflexionar sobre cómo el contexto geopolítico, cultural y social de América Latina influye en las formas en que se desarrolla el ciberactivismo. Aquí, los feminismos latinoamericanos han aportado una perspectiva crítica, que reconoce la diversidad de experiencias y realidades que enfrentan las mujeres en la región. Esta mirada permite visibilizar las tensiones entre el activismo digital y las formas tradicionales de organización, subrayando la necesidad de incluir en el discurso ciberactivista las voces de mujeres indígenas, afrodescendientes y campesinas.

Las contribuciones de los feminismos latinoamericanos en la intersección con el ciberactivismo son significativas. Por un lado, ofrecen herramientas teóricas y metodológicas que permiten analizar las dinámicas de poder que se despliegan en el entorno digital, cuestionando quiénes tienen voz y quiénes son silenciadas. Por otro lado, emergen tensiones, especialmente en lo que respecta a la representación, la visibilidad y la cooptación del discurso feminista por las lógicas del mercado digital.

Las potencialidades teórico-políticas de esta intersección son inmensas. El ciberactivismo no solo amplifica las demandas feministas, sino que también facilita la construcción de redes transnacionales de solidaridad, permitiendo compartir estrategias y fortalecer las luchas por la justicia de género a nivel global. Este entramado genera un nuevo campo de resistencia, que desafía no solo la violencia de género, sino también el neoliberalismo y sus estructuras de opresión.

El feminismo de datos, planteado por Catherine D’Ignazio y Lauren Klein, se articula con estas luchas al cuestionar las prácticas de recolección y uso de datos, que muchas veces invisibilizan las realidades de las comunidades vulnerabilizadas y refuerzan desigualdades estructurales. Los feminismos latinoamericanos, al integrar un enfoque de feminismo de datos, buscan desnaturalizar la idea de que los datos son neutrales y objetivos, evidenciando cómo su producción y análisis están atravesados por relaciones de poder que reproducen opresiones coloniales y patriarcales.

Desde esta perspectiva, los feminismos de la región se posicionan como actores clave en la disputa por el uso y la interpretación de los datos, generando conocimiento situado y contextualizado que responda a las necesidades de las comunidades y que contribuya a visibilizar sus demandas.

Además, las reflexiones de Donna Haraway sobre el conocimiento situado permiten entender cómo los feminismos latinoamericanos han construido un saber que surge de la experiencia encarnada de las mujeres y disidencias que habitan territorios específicos, afectados por múltiples formas de violencia y exclusión. En lugar de adoptar una postura de “neutralidad” o “objetividad”, el NUM y otros feminismos han asumido una perspectiva crítica y situada que reivindica la importancia de las voces históricamente silenciadas en la producción de conocimiento. Esta postura ha permitido establecer alianzas con otros actores sociales y movimientos, como el movimiento indígena y campesino, generando un frente común contra el extractivismo, el racismo y la violencia patriarcal.

El uso estratégico de plataformas digitales y el desarrollo de una política de datos feminista también han contribuido a consolidar la influencia de NUM en el entorno digital. La capacidad del movimiento para visibilizar la violencia de género mediante campañas como el registro de femicidios y la elaboración de informes basados en datos sistematizados ha permitido transformar la denuncia individual en un fenómeno político que exige respuestas estructurales.

No obstante, esta visibilidad no está exenta de riesgos. En el entorno digital, las luchas pueden ser mercantilizadas, perdiendo su radicalidad y replicando las mismas desigualdades que los feminismos buscan combatir.

Los desafíos que enfrenta el NUM y otros feminismos en el ámbito digital se ubican en la intersección entre la violencia epistémica y la violencia de género. El uso de datos por parte del movimiento es, en última instancia, una disputa por la legitimidad y la autoridad para definir qué es considerado conocimiento válido y quién tiene derecho a producirlo.

Incorporar una perspectiva crítica y situada, en diálogo con el feminismo de datos, implica no solo denunciar las violencias de género, sino también construir nuevas formas de representación y conocimiento que desafíen el orden hegemónico.

Así, los feminismos latinoamericanos, al articular ciberactivismo y feminismo de datos, logran desafiar las lógicas extractivistas del neoliberalismo digital y plantean una forma de acción política que se sostiene en la solidaridad, el conocimiento situado y la resistencia colectiva. El NUM, con su capacidad de articular las luchas locales y transnacionales, se posiciona como un referente de esta práctica feminista integral, que no se limita a la denuncia de violencias, sino que construye alternativas políticas y epistemológicas desde América Latina.

4. Reflexiones finales

En este trabajo buscamos aportar una comprensión sobre cómo los feminismos latinoamericanos y el ciberactivismo se entrelazan y potencian mutuamente en la lucha por la justicia y la igualdad de género, especialmente en el contexto digital contemporáneo. En este primer rastreo de los debates teórico-políticos en torno a estos temas nos ha permitido identificar puntos nodales de los feminismos, tales como el deseo, los cuerpos, los cuidados y la autodefensa, así como reconocer que los territorios de disputa no se limitan únicamente a la tierra, sino que incluyen los cuerpos-territorios y los territorios digitales.

A lo largo de este trabajo, hemos explorado cómo los feminismos latinoamericanos han desarrollado estrategias de lucha que integran lo territorial y lo digital, construyendo espacios de resistencia y articulación. En este marco, el movimiento Ni Una Menos se ha consolidado como un fenómeno significativo en Argentina y América Latina, demostrando su capacidad para movilizar a cientos de miles de personas, tanto en las calles como en las plataformas digitales. Esta convergencia ha transformado las formas en que se articulan las demandas feministas, visibilizando la violencia de género en un escenario cada vez más digitalizado.

El entorno digital, en tanto territorio de disputa, pone en evidencia la necesidad de construir estrategias de resistencia que articulen la dimensión territorial con la virtual, sin perder de vista las especificidades de cada contexto. Desde una perspectiva feminista situada, los feminismos latinoamericanos ofrecen herramientas conceptuales y metodológicas para repensar estos nuevos escenarios de lucha, reconociendo la pluralidad de voces y experiencias que atraviesan la región. Asimismo, resulta fundamental profundizar en la intersección entre la lucha feminista y otros movimientos de resistencia, como el antirracismo, el anticapitalismo y el ambientalismo, para desafiar el entramado de poder que sostiene las múltiples opresiones entrelazadas.

En este sentido, el ciberactivismo puede ser visto como una herramienta de doble filo. Por un lado, facilita la visibilización de problemáticas históricamente silenciadas, como la violencia de género y los femicidios, y permite la coordinación de acciones de protesta a gran escala. Por otro lado, la misma lógica de las plataformas digitales puede contribuir a la fragmentación de las luchas y a la trivialización de las reivindicaciones, convirtiendo el activismo en un fenómeno efímero y de alto consumo mediático. Esto representa un desafío constante para los movimientos feministas, que deben equilibrar entre la necesidad de captar la atención pública y el riesgo de diluir la radicalidad de sus demandas en aras de la viralización.

Asimismo, el uso del entorno digital implica nuevas formas de violencia que afectan particularmente a las mujeres y disidencias. La violencia de género online, manifestada en el acoso, la difusión no consentida de imágenes íntimas y las campañas de difamación, constituye un obstáculo significativo para la participación plena de las mujeres en la esfera pública digital. Esta violencia, muchas veces invisible para las regulaciones y normativas de las plataformas, refuerza la necesidad de pensar en políticas públicas y marcos normativos que protejan a las activistas y garanticen la libre expresión sin el temor constante de sufrir represalias.

Además, el entorno digital ofrece potencialidades que deben ser exploradas de manera más profunda. La capacidad de generar redes transnacionales de apoyo y solidaridad, como lo demuestra el Paro Internacional de Mujeres, abre la puerta a nuevas formas de organización política que van más allá de las fronteras geográficas y de las estructuras tradicionales de poder. En este sentido, los feminismos latinoamericanos pueden aportar una perspectiva situada que no solo denuncia las injusticias, sino que también construye nuevas formas de acción colectiva que integran lo territorial y lo digital, creando un movimiento que se sostiene en la diversidad y la pluralidad de voces.

Por último, el desafío para los feminismos latinoamericanos en el contexto digital contemporáneo radica en mantener la autonomía de sus luchas, evitando ser cooptados por las lógicas del mercado y las narrativas hegemónicas que intentan neutralizar su potencial transformador. La construcción de una esfera pública feminista digital, que promueva el pensamiento crítico y el intercambio horizontal de experiencias, se presenta como un objetivo central en la búsqueda de una sociedad más justa e igualitaria.

El ciberactivismo ha permitido al NUM no solo visibilizar problemáticas históricamente silenciadas, sino también crear redes transnacionales de solidaridad y resistencia, conectando luchas locales con movimientos feministas de la región. Esta articulación se inscribe en una tradición más amplia de feminismos latinoamericanos, que han sabido cuestionar las estructuras patriarcales, capitalistas y coloniales, incorporando un enfoque integral que aborda las violencias desde múltiples dimensiones. Al hacerlo, el NUM ha contribuido a una crítica radical del neoliberalismo, planteando que las violencias que enfrentan las mujeres y disidencias están profundamente entrelazadas con la explotación económica y la exclusión racial.

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